EPISODIO 85. GAZA. LECCIONES UNIVERSALES DE GAZA PARA NUESTRAS NEGOCIACIONES DE LA VIDA DIARIA

Negociar no es olvidar el dolor, sino acogerlo y trabajar  con él.

1. La confianza NO es el punto de partida

Quienes esperan que una negociación comience con confianza están condenados a no empezar nunca. En Gaza —como en cualquier conflicto profundo— la desconfianza no es un obstáculo, sino el terreno mismo sobre el que se avanza.

En la vida cotidiana ocurre igual: los socios comerciales, las parejas, los equipos de trabajo… muchas veces llegan con sospechas, heridas o decepciones previas. La clave está en no exigir confianza inmediata, sino en construirla mediante pequeños actos verificables: cumplir plazos, mantener la palabra, no sorprender al otro.


Cada compromiso cumplido se convierte en un ladrillo de confianza. Cada palabra vacía es una grieta.

2. Las emociones no se ignoran: se gestionan

En los procesos más tensos, los negociadores veteranos saben que la emoción no desaparece por decreto. El miedo, la rabia o la culpa están sentados en la mesa, aunque no hablen.

El error más común es fingir frialdad y racionalidad absoluta. Pero las emociones reprimidas acaban filtrándose en gestos, silencios o reacciones desproporcionadas.

Gestionar la emoción no es negarla: es reconocer su presencia y usarla con conciencia. En una negociación laboral, por ejemplo, se puede decir: “Esto me preocupa, pero quiero entender tu punto”. Es simple, pero cambia la energía de la conversación.

 3. El lenguaje simbólico y la dignidad importan

En Gaza y en toda Palestina, una bandera, una oración o una palabra mal dicha pueden romper un proceso. No es solo política: es identidad. Un gesto inapropiado crea amenaza e insulto. El 28 de septiembre del año 2000, Ariel Sharon —muy cercano a Benjamín Netanyahu— subió a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalem con más de mil policías armados. Aunque dijo que su visita era “pacífica”, los palestinos la interpretaron como una provocación: aquel es uno de los lugares más sagrados del islam, y también un sitio central del judaísmo. Así comenzó la Segunda Intifada (2000–2005), que dejó miles de muertos y cerró durante años los intentos de paz iniciados en Oslo

En la vida común, el lenguaje simbólico importa mucho. Las personas negocian no solo intereses, sino significados. En una empresa, la frase “tu equipo falló” puede herir más que “tuvimos un problema”. La forma en que se nombra el conflicto determina si el otro se defiende o colabora.

La dignidad no se negocia: se reconoce. Y quien la respeta tiene más posibilidades de lograr acuerdos duraderos.

4. Un mal acuerdo puede ser mejor que una guerra eterna

En el terreno diplomático, “mal acuerdo” no significa rendición, sino punto de partida imperfecto pero posible. 

En la vida diaria, esperar el “trato perfecto” es una receta para el desgaste. Un contrato, una reconciliación o una alianza funcional —aunque no ideal— puede evitar años de conflicto silencioso, muy doloroso y muy costoso. El acuerdo de paz de Colombia en 2016 es un buen ejemplo.

La pregunta clave no es “¿gané?”, sino “¿puedo vivir con este acuerdo sin destruir la relación?”.

5. Lo que hace posible una paz real

Las negociaciones sostenibles no dependen solo de las palabras, sino de las garantías. En Gaza, estas pueden ser mediadores, observadores o acuerdos de cumplimiento progresivo.

En la vida civil, las garantías se traducen en mecanismos claros: seguimiento, reuniones periódicas, métricas de avance. Sin seguimiento, el acuerdo se desvanece.

La paz —en cualquier escala— no es un acto final: es una práctica que se renueva.

Conclusión

La historia de Gaza nos recuerda que negociar no es ganar, sino redefinir el conflicto para hacerlo habitable. En la política o en la vida, la verdadera habilidad consiste en mantener el diálogo abierto cuando ya nadie cree posible hablar. Esa es la frontera, aquí comienza la paz.

(Análisis y redacción a cuatro manos con Chat GPT. Dibujo: Gemini).

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